-Pareciera como si ya no escucho más el tren -Lo perdiste… te lo dije… -¡No! Es sólo que lo olvidé -Iba lleno de pasajeros con lágrimas amargas ¿lo sabías? -¿Vos crees? -¿Vos no? -Sí, yo sí, yo viajaba -¿Viajabas mucho? -Viajaba siempre. -¿Viajabas lejos? -Viajaba a oscuras. -¿Viajabas sola? -Viajaba en vano. -¿Llegaste a tiempo? -Llegué sin irme. -¿Estabas viva? -Estaba a tiempo. -¿Te fuiste en vano? -Llegué muy seca. -¿Lloraste lejos? -Estaba herida. -¿Llegaste sola? -Llegué en silencio. -¿Oíste mucho? -Estaba muda. -¿Llegaste herida? -Salí vacía. -¿Volviste a verte? -Quedé empapada. -¿Volvis…- -…shhhhh, que ya nos vimos.
Y porque a veces, la paz se come algunos bocados de ese humo espeso que tapaba el pulmón. Se come lo absurdo. Se trepa en silencio. Distrae a las ansias furiosas que empapelan el infierno.
Y porque a veces, uno se acostumbra a que le falte el aire. Se acostumbra a andar con los vidrios sucios, buscando quizás no mirar para adentro. Lamentando quizás no poder ver hacia fuera. Buscando lo inerte. Durmiendo en el llano. Llorando lo falso.
Y entonces, a veces, se agita el deseo de lo reprimido, se suelta la soga del lobo, del nido, del vacío temido.
Y es que entonces, sólo a veces, se sabe que afuera está corriendo el río. Se sabe que adentro está seco, está tibio.
Y a veces, entonces, se sabe, que secos, morimos de frío.