sábado, 18 de junio de 2011

Sal

Agua. Mucha. Muchísima cantidad. Era una noche cerrada, pesada como un elefante de plomo. El cielo haciendo cortocircuito constante con quien sabe qué, no dejaba de entregar destellos blancos por más de dos o tres segundos.

La gente corría. Las alarmas de los autos se disparabann solas. Agua, muchísima. No había perros ni bicicletas para mirar desde el balcón que estaba empezaba a inundarse de melancolía. Danilo estaba sentado en el piso -almohadón mediante-, sostenía el mate con las dos manos y su mirada paseaba ida y vuelta por esa escenografía mojada que mutaba con cada corte de semáforo.

La última vez que sintió esa maraña de recuerdos punzantes en las tripas fue mirando el mar, fue sentado en una piedra cobriza bordeando aquella costa que meses atrás había decidido abandonar. El paisaje que le devolvía hoy su balcón, eran sábanas de cemento bajo ruedas incansables bajo chapas de colores bajo seres apurados bajo cielos empapados. Su balcón de la costa de la piedra cobriza sólo tenía para ofrecerle una sábana vacía, gigante, tan salada como fosforescente. Aquello le parecía poco. Fue entonces cuando se entregó en busca de más.

Danilo había elegido Buenos Aires por el surtido de ingredientes que a su alma le parecían faltar, gente para combatir su soledad, variedad de películas en el cine que cambiaban todas las semanas -a diferencia de “la” película bimestral que ofrecía su cine de la costa de la piedra cobriza. Salidas nocturnas, salidas laborales, salidas psicológicas.

La frustración se instaló en su monoambiente alquilado de Chacarita más rápido de lo que él mismo se instaló en el inmueble. Su anhelo de crecer culturalmente, económicamente, afectivamente, se veía truncado cada día por un suceso diferente. Pareciera como si una fuerza suprema se empeñara en no dejarlo progresar.

Desmotivado por las torpezas del sistema, por la desilusión laboral, asfixiado en un núcleo atestado de gente, cansado por los desencuentros injustos, por los desamores absurdos, decidió, antes de cebar el último mate medio tibio, volver a su sábana salada de la costa de la piedra cobriza.

Agua. Muchísima. Mucha cantidad de agua salada caía esa noche de los ojos de Danilo.

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