lunes, 24 de diciembre de 2007

¿...?


Y te azotan trapos sucios, mojados, pesados.
Pero decís que no los ves.
O no querés. No estás atado, no.
Pero es más fácil simular el secuestro del gigante,
que asumir la huída eterna.
La sombra de tu alma te espera;
Te espera allá, no acá; y a tu alma.
Desespera, sí.
¿Y vos?
Vos no. Tu letargo es alarmante.
Ya quedó mudo el penetrante grito del dolor…
¿del dolor de qué? Se pregunta tu alma.
La sombra no le responde.
¿Y vos? Nada. La miras.
Alucinando las verdades más ficticias caes en la cuenta
de que se acabó la soga.
Fin, llegó ¿viste?
Pará. ¿Pensas?
No hay tiempo de mucho acá, ya lo sabes.
¿Cuánto aguantarás colgando?
Son sólo tus manos.
Tu alma no tiene manos, su sombra menos.
¿Y vos? ¿Las escondes? Puede ser.
Y no por frío.
Entonces cerrás los ojos.
Y dejás ciega a tu alma.
Y dejás ciega a su sombra.
¿Y a vos? No se. Pareciera que tus ojos nunca vieron.
Tu alma se queja, su sombra la ignora.
¿Y vos?
De vos no hay más.

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